El presente artículo de Peter Breggin aborda la pregunta moral y científica si se basa en el interés superior del niño entregarle una droga psiquiátrica.
Peter R. Breggin
Doctor en medicina, Psiquiatra formado en Harvard, Director del Center for the Study of Empathic Therapy y autor de más de 20 libros incluyendo Talking Back to Prozac (1994, con Ginger Breggin), “Medication Madness” (2008) y “Brain-Disabling Treatments In Psychiatry” (2008).
RESUMEN
Basado en la extensa experiencia en el área de investigación, forense y clínica del autor, este artículo aborda la pregunta moral y científica si se basa en el interés superior del niño entregarle una droga psiquiátrica. El enfoque está centrado en el diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y las drogas estimulantes, y sobre el diagnóstico Trastorno Bipolar y las drogas antipsicóticas (neurolépticos). El artículo concluye que deberíamos trabajar hacia una prohibición de la prescripción de drogas psiquiátricas a menores de edad, y en su lugar enfocarnos sobre formas alternativas efectivas y seguras de responder a las necesidades de los niños y niñas dentro de sus familias, escuelas y en la sociedad.
INTRODUCCIÓN: ESTABLECIENDO NORMAS PARA LA PROTECCIÓN DE LOS NIÑOS
Este artículo se ocupa de los derechos negativos – eso es, el derecho de estar libre de ciertos tipos de interferencias en la vida de uno. Respecto a los niños, estos derechos están protegidos por la sociedad, a menudo independiente de los deseos de los padres, tales como las prohibiciones legales contra el abuso sexual o físico. Cuando se realizan juicios de valor sobre los niños, este análisis, al igual que en las cortes de los Estados Unidos, se basa en la norma del interés superior del niño (Child Welfare Information Gateway, 2012; también ver Gottstein, 2012), donde se incluye el “bienestar moral, emocional, mental y físico” del niño (FindLaw, sin fecha: 1). Sin embargo, argumentaré que cuando se trata de dar drogas a los niños, la cual mantengo, que puede ser visto como una forma de abuso a menores, no se puede depender de esta [interpretación de la] norma para proteger a los niños. Utilizando los ejemplos de las drogas estimulantes para el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y las drogas antipsicóticas para el Trastorno Bipolar, me pregunto, “¿Está en el interés superior del niño ser diagnosticado y medicado psiquiátricamente?”.
LOS EFECTOS DEL DIAGNÓSTICO TDAH Y LAS DROGAS ESTIMULANTES
El TDAH no es un diagnóstico válido que cumpla el criterio para un síndrome médico (Baughman y Hovey, 2006; Breggin, 2008a; Whitely, 2010). Como todos los otros trastornos psiquiátricos, no existe evidencia acerca de una causa biológica (Moncrieff, 2007a). Respecto a las tres categorías de comportamiento del TDAH, a saber, la hiperactividad, impulsividad y la falta de atención, algunas veces estos comportamientos podrían ser parte de típicos comportamientos infantiles. Otras veces, pueden resultar por salas de clases con falta de disciplina o aburridas, falta de herramientas educacionales del nivel de grado, problemas emocionales generados por problemas en el hogar o en el colegio, asuntos relacionados a la pobreza como el hambre o mala nutrición, o insomnio y fatiga y una variedad de enfermedades crónicas, incluyendo la diabetes o una lesión en la cabeza (por ejemplo, conmociones cerebrales deportivas) (Breggin y Breggin, 1998). En mi práctica clínica, todas estas causas han sido evidentes.
Los estimulantes son las drogas más comúnmente prescritas para el TDAH. La mayoría son anfetaminas (por ejemplo, Adderall o Dexerdrine) o metilfenidato (por ejemplo, Ritalin o Concerta). La Atomoxetina ha sido promocionada por el fabricante Eli Lilly & Co. como un tratamiento ‘no estimulante’ para el TDAH, pero ha demostrado causar síntomas estimulantes peligrosos en un tercio de los niños (Hernderson y Hartman, 2004) y tiene un cuadro negro de advertencia acerca de la provocación de tendencias suicidas en los niños (Strattera, 2011). Los cuadros negros de advertencia son etiquetas colocadas sobre los fármacos en los Estados Unidos, exigido por la Food and Drug Administration (FDA) [Administración de Productos Alimentarios y Farmacéuticos], cuando existe suficiente evidencia científica para causas con respecto a efectos adversos serios o potencialmente mortales.
La anfetamina y el metilfenidato pertenecen a la Categoría II de la lista de sustancias fiscalizadas de la Drug Enforcement Agency (DEA) [Agencia para el Control de Drogas], la cual es el mayor riesgo de adicción y abuso. La administración de anfetaminas durante periodos prolongados en el tiempo podrían conducir a una dependencia de la droga (Adderall, 2011). Lambert (2005) condujo un estudio prospectivo de 28 años sobre niños diagnosticados con TDAH. Encontró que los niños tratados con metilfenidato tenían más probabilidades de consumir cocaína durante su juventud comparado a aquellos diagnosticados con TDAH sin exposición a drogas. Esto no es sorprendente, ya que se conoce que los estimulantes causan alteraciones físicas en los centros de recompensa del cerebro (Carlezon y Konradi, 2004).
La anfetamina y el metilfenidato producen anormalidades bioquímicas persistentes en el cerebro (Breggin, 2008a). Los niños tratados con estimulantes usualmente desarrollan una atrofia en el cerebro. En el NIH Consensus Development Conference on ADHD [Conferencia de Desarrollo del Consenso del Instituto Nacional de Salud sobre el TDAH], Swanson (Swanson y Castellanos, 1998) revisó estudios disponibles que pretendían demostrar las bases biológicas para el TDAH incluyendo la atrofia cerebral (por ejemplo, Castellanos y otros, 1996; Giedd y otros, 1994). Mi presentación en la misma conferencia concluyó que estos escáneres del cerebro de forma “casi segura estaban midiendo la patología causado por los psicoestimulantes” (Breggin, 1998: 109). Proal y otros (2011) encontraron atrofia cerebral generalizado en los adultos quienes habían sido diagnosticados y tratados por el TDAH cuando niños. Además, existe evidencia que estos estimulantes conducen a una supresión del crecimiento en los niños. Un estudio a gran escala realizado con fondos federales (el MTA) incluyendo múltiples centros reconfirmó que los estimulantes suprimen el crecimiento (Swanson y otros, 2007a, b). Estas pérdidas de crecimiento provocadas por los estimulantes se deben a una disrupción en los ciclos hormonales del crecimiento (Aarskog y otros, 1977) que podría afectar adversamente otros órganos del cuerpo.
También se ha encontrado que los estimulantes provocan depresión y apatía en los niños (revisado en Breggin, 1999). Un estudio de niños entre las edades 4-6 años que estuvieron en tratamiento con metilfenidato encontró que dos tercios de ellos desarrollaron síntomas de depresión y abstinencia (Firestone y otros, 1998; ver Breggin, 2008a; cuadro 11.1: 286). Otros niños podrían volverse ‘cansados, retraídos, desanimados, deprimidos, torpes, aturdidos, apagados e inactivos’ (Mayes y otros, 1994; ver Breggin, 2008a, cuadro 11.1: 286). Cuando estos efectos adversos de las drogas son confundidos con un empeoramiento del ‘trastorno mental’ en los niños, éstos reciben usualmente diagnósticos más serios y drogas adicionales, conduciendo a una cronicidad.
Otros efectos adversos de los estimulantes incluyen tics y otros comportamientos que son consistentes con los síntomas obsesivo-compulsivos. Un estudio del NIMH [Instituto Nacional de Salud Mental] se enfocó sobre los síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) provocados por los estimulantes y encontró que un 51 % de los niños tratados con metilfenidato eran afectados con el TOC provocado por las drogas y un 58% con movimientos anormales, usualmente tics (Borcherding y otros, 1990).
Numerosos estudios con animales confirman que las drogas estimulantes reducen en general la actividad mental espontánea y del comportamiento (incluyendo el interés social), causando apatía o indiferencia, y ejecutando comportamientos compulsivos sin sentido (Arakawa, 1994; Bell y otros, 1982; Hughes, 1972; Randrup y Munkva, 1967, 1970; Rebec y otros, 1997; Shiorring, 1977, 1979; Wallach, 1974). Consistente con el principio discapacitante del cerebro propiciado por los efectos de las drogas psiquiátricas (Breggin, 2008a; Moncrieff, 2007b), esta reducción espontánea es el efecto primario o “terapéutico”. El niño ha disminuido su energía o motivación para actuar de forma “hiperactiva” o “impulsiva”, y ha disminuido la vida de fantasía y creatividad asociado a ser distraído y “desatento”. Como resultado, tenemos un “niño menos niño” para meterse en problemas.
Cuando se les dice a los niños que tienen TDAH y necesitan medicamentos, se les entrega la idea que no pueden controlar sus comportamientos. El diagnóstico del TDAH desalienta la responsabilidad personal y las drogas estimulantes aplastan la capacidad para ejercer esa responsabilidad (Breggin, 1991, 2001, 2002).
Los estimulantes nunca han demostrado un beneficio de ningún tipo a largo plazo para los niños – sin mejoría en el comportamiento, sin mejoría en las habilidades de socialización, sin mejoría en las habilidades académicas y sin una mejoría en el aprendizaje (McDonagh y Peterson, 2006; Regier y Leshner, 1992). A pesar de seis décadas de investigación, las etiquetas de la FDA [Administración de Alimentos y Medicamentos] para los estimulantes, permanecen obligadas a expresar que, “los efectos a largo plazo de las anfetaminas en los niños no ha sido bien establecido” (Adderall, 2013; Sección 8.4 ‘Uso Pediátrico’). Incluso el Multi-Modal Treatment Study (MTA) [Estudio del Tratamiento Multimodal] que es pro-medicamentos encontró durante 36 meses que las estrategias de tratamientos con fármacos no eran mejores que cualquier otro enfoque educacional o de comportamiento, incluyendo una estadía en un campamento de verano (Swanson y otros, 2007b).
LOS EFECTOS DEL DIAGNÓSTICO BIPOLAR Y LAS DROGAS ANTIPSICÓTICAS
Moreno y otros (2007) reportaron un incremento 40 veces mayor en los diagnósticos del trastorno bipolar en la niñez entre el año 1994-1995 y 2002-2003. Un notable 90,6% de los niños recibieron drogas psiquiátricas y un 47.7% recibieron drogas antipsicóticas. Joseph Biederman, Thomas Spencer y Timothy Wilens de la Universidad de Harvard impulsaron este incremento en el diagnóstico y en el uso de drogas psiquiátricas en los niños, al aceptar fondos por parte de la industria farmacéutica a cambio de la promoción de sus productos (Sarchet, 2011; Yu, 2011; también ver Littrell y Lyons, 2010a,b).
Las drogas antipsicóticas incluyen aquellos neurolépticos más antiguos como clorpromazina (Thorazine o Largactil), haloperidol (Haldol) y la perfenazina (Trilafon), como también las nuevas drogas antipsicóticas “atípicas” tales como la olanzapina (Zyprexa), risperidona (Risperdal), aripiprazol (Abilify), ziprasidona (Geodon) y la quetiapina (Seroquel). Además, existen cuatro nuevos antipsicóticos atípicos: paliperidona (Invega), iloperidona (Fanapt), lurasidona (Latuda) y la asenapina (Saphris). Todas estas drogas bloquean la neurotransmisión de la dopamina hacia los lóbulos frontales (Drug Facts and Comparisons, 2012: 1627). Como tal, causarán los mismos efectos adversos que las drogas antipsicóticas más viejas, incluyendo una indiferencia similar al efecto de la lobotomía y la apatía, síntomas de Parkinson, acatisia, distonía, disquinesia tardía, síndrome neuroléptico maligno, ginecomastia y otras disfunciones sexuales. Estos atípicos también impactan sobre otros numerosos sistemas neurotransmisores, incluyendo la serotonina.
La disquinesia tardía (DT) es un trastorno del movimiento causado por las drogas antipsicóticas (bloqueadores de la dopamina). Puede afectar cualquier función muscular que está total o parcialmente bajo un control voluntario, incluyendo la cara, ojos, lengua, mandíbula, cuello, espalda, abdomen, extremidades, diafragma, esófago y los cuerdas vocales. Los ensayos clínicos controlados y los estudios epidemiológicos demuestran que los índices para la disquinesia tardía son un acumulativo alarmante de 5 a 7% por año (Chouinard y otros, 1986; Glazer y otros, 1993). La acatisia tardía, una variante de la DT, causa una sensación interna similar a la tortura que pueden conducir a los pacientes hacia la desesperación, psicosis, violencia y suicidio (American Psychiatric Association, 2000: 803). La distonía tardía, otra variante, causa espasmos dolorosos y deformantes.
Cuando los sujetos de estudio reciben dosis equivalentes de las drogas antipsicóticas más viejas o nuevas, existe escasa o casi ninguna diferencia en la frecuencia de los efectos extra piramidales o DT (Lieberman y otros, 2005; Miller, 2009; Nasrallah, 2007; Rosebush y Mazurek, 1999; Woods y otros, 2010). En mi práctica clínica y forense, he evaluado muchos casos de DT en niños causada por las drogas antipsicóticas más nuevas incluyendo la risperidona, olanzapina, ziprasidona, aripiprazol y quetiapina. Incluso los casos “leves” de parpadeo en los ojos o gesticulaciones puede humillar, estigmatizar o aislar a un niño. Muchos casos severos discapacitan a los niños con espasmos dolorosos en el cuello y hombros, postura y modo de andar anormal, o constantes movimientos corporales agitados y una necesidad de andar de un lado para otro de manera frenética y constante. Aunque personalmente no evalué los siguientes casos, ilustran algunos de los síntomas del DT severo (http://www.youtube.com/watch?=WIVxv5agopQ; http://www.youtube.com/watch?v=voGAJrUhNyk).
Además de estos efectos adversos serios, estudios recientes de escáner cerebral también demuestran que la exposición a las drogas antipsicóticas frecuentemente causan una reducción cerebral (atrofia) en los pacientes (Van Haren y otros, 2011; Ho y otros, 2011; Levin, 2011). Existe evidencia de larga duración de acuerdo al daño cerebral provocado por las drogas antipsicóticas (Breggin, 1990, 1993, 2008a, 2011, 2013). La reducción del tejido cerebral también ha sido demostrada en los primates (Dorph-Petersen y otros, 2005; Konopaske y otros, 2007, 2008; Navari y Dazzan, 2009).
Otros efectos adversos incluyen la psicosis tardía y la demencia tardía. Refiriéndose a ambos sujetos, niños y adultos, Gualtieri y Barnhill (1988: 149) concluyeron que, “en prácticamente todas las encuestas clínicas que han abordado la pregunta, se ha encontrado que los pacientes con DT, comparado a pacientes sin DT, tienen más posibilidades de tener demencia” (también ver Myslobodsky, 1986, 1993). Los pacientes que han descontinuado el uso de las drogas antipsicóticas comúnmente se vuelven más perturbados y psicóticos (psicosis tardía) que antes de tomar medicamentos (Breggin, 2008a; Chouinard y Jones, 1980; Moncrieff, 2006). Los niños manifiestan psicosis tardía como un grave empeoramiento de su comportamiento independiente de la intensidad previa al tratamiento (Gualtieri y Barnhill, 1988). Los pacientes de largo plazo pueden desarrollar el Síndrome Deficitario Inducido por Neurolépticos (SDIN) con disminución de funciones afectivas y cognitivas (Barnes y McPhillips, 1995), conduciendo a un error diagnóstico de esquizofrenia crónica.
También preocupante, los nuevos antipsicóticos podrían causar un síndrome metabólico que predispone los niños ante una enfermedad cardiaca y muerte temprana, incluyendo aumento de peso y obesidad, azúcar elevado en la sangre y diabetes, elevación de lípidos en la sangre y ateroesclerosis, e hipertensión (Lieberman y otros, 2005). Un tercio o más de niños y adolescentes que consumen drogas antipsicóticas están en riesgo de desarrollar un síndrome metabólico (Splete, 2011; también ver Goeb y otros, 2010).
Los pacientes diagnosticados con trastornos mentales serios tienen una esperanza de vida notablemente menor, hasta 13.8 años menos, según la Veterans Administration (Administración para Veteranos) y hasta 25 años menos en los sistemas estatales de salud mental (Kilbourne y otros, 2009; Parks y otros, 2006; Whitaker, 2010). La mayoría de estos pacientes han estado expuestos durante años a las drogas antipsicóticas. Los adultos entre 20-34 años con antidepresivos han incrementado su mortalidad cuando también toman drogas antipsicóticas (Sundell y otros, 2011). Este incremento en la mortalidad no está relacionado al estilo de vida sino al tratamiento con múltiples drogas (Gill y otros, 2007; Joukamaa y otros, 2006).
Las drogas antipsicóticas tienen su efecto “terapéutico” al suprimir los lóbulos frontales y el sistema de activación reticular, produciendo grados relativos de apatía y docilidad (Breggin, 2008a). Este efecto ocurre a pesar del diagnóstico y efectivamente a pesar de las especies (Breggin, 1983). El National Institute of Mental Health [Instituto Nacional de Salud Mental] realizó un estudio a largo plazo (‘CATIE’) que comparó varias drogas antipsicóticas atípicas nuevas con unas más viejas. El estudio dio un panorama sombrío de la eficacia de las drogas antipsicóticas: “En resumen, los pacientes en este estudio con una esquizofrenia crónica descontinuaron sus medicamentos antipsicóticos a una elevada tasa, indicando limitaciones substanciales respecto a la efectividad de las drogas” (Lieberman y otros, 2005: 1218).
Lieberman y Stroup concluyeron que, “Al revelar la verdad acerca de los nuevos trajes del emperador, CATIE ha ayudado a reenfocar los esfuerzos sobre la necesidad de tratamientos y estrategias verdaderamente innovadoras que puedan realizar avances significativos para las personas con esquizofrenia y psicosis relacionadas” (2011: 774). Un resumen de los problemas asociados con el otorgamiento de drogas antipsicóticas a los niños puede encontrarse en Olfman y otros (2012). Décadas de investigación confirman la falta de eficacia de las drogas antipsicóticas (Whitaker, 2010, 2012; Breggin, 2008a). Además, las drogas psiquiátricas no han demostrado ser eficaces para los niños a largo plazo (es decir, por muchos meses o años).
En el espacio limitado de este artículo, no he presentado narraciones personales y viñetas clínicas. Pueden encontrarse en el documental del año 2007 de Kevin Miller, Generation Rx, y en varios de mis libros (Breggin, 1991, 2001, 2002, 2008b), donde también examino los contextos morales, sociales y políticos mayores sobre el uso de drogas psiquiátricas en niños.
CONSIDERACIONES FINALES
La pregunta que planteé al comienzo de este artículo es sí está en el interés superior del niño entregarle una droga psiquiátrica. Comencé a trabajar con niños y adultos en instalaciones psiquiátricas del estado desde 1954-1958 como líder del Programa Voluntario del Harvard-Radcliffe Mental Hospital (Breggin, 1991). Continué trabajando en ocasiones con pacientes psiquiátricos durante la escuela de medicina (1958-1962) y después tiempo completo durante la mitad de mi pasantía y tiempo completo durante 3 años durante la residencia psiquiátrica (1962-1966). He tenido una consulta privada desde 1967-1968. Basado en mi experiencia clínica e investigación científica, perdurando alrededor de 60 años, concluyo que los niños no deberían estar expuestos a las drogas psiquiátricas. Me he enfocado aquí sobre dos diagnósticos, el TDAH y el Trastorno Bipolar, y sobre las drogas utilizadas para tratarlos. En muchos sentidos estos dos diagnósticos cubren un espectro de los “‘trastornos” psiquiátricos con manifestaciones variadas y grados de deficiencia. Similarmente, estas dos clases de drogas, estimulantes y antipsicóticos, también varían enormemente y reflejan los peligros asociados con la mayoría de las drogas psiquiátricas. Creo que las enseñanzas o conclusiones realizadas a partir de estos diagnósticos y drogas podrían aplicarse a todos los diagnósticos psiquiátricos en los niños y las drogas utilizadas para tratarlos.
En mi experiencia clínica e investigativa, he encontrado que los problemas de los niños son principalmente psicosociales y/o educacionales en su naturaleza. Los diagnósticos psiquiátricos reducen estos contextos altamente complejos a categorías estrechas e inútiles que fallan en capturar la riqueza, complejidad y calidad humana, de la experiencia del niño. Las drogas psiquiátricas utilizadas para “tratarlos” no abordan los problemas subyacentes; en el mejor de los casos pueden suprimir temporalmente sus manifestaciones, mientras suman deficiencias cerebrales. Como he demostrado, los niños expuestos a los diagnósticos y drogas psiquiátricas pueden sufrir efectos iatrogénicos que deterioran su condición, en vez de mejorar su bienestar físico, mental y emocional. Prescribir drogas a los niños refuerza la dependencia física sobre sustancias psicoactivas. El cerebro drogado del niño no puede desarrollarse físicamente de la manera en que debe sino que se desarrolla en respuesta a un ambiente interno tóxico. Asimismo, existe evidencia sólida en que la estigmatización sigue al diagnóstico y tratamiento psiquiátrico (Sartorious, 2002), contribuyendo a la pérdida de autoestima y conduciendo potencialmente a desventajas a largo plazo respecto a oportunidades futuras. Los niños aprenden a verse a sí mismos como física o genéticamente discapacitados, sumando a la pérdida de autoestima, una auto-determinación deteriorada y un aumento de los sentimientos de desamparo.
Existen circunstancias en que las sustancias psicoactivas tienen un propósito médico legítimo en el tratamiento de los niños, tales como la anestesia quirúrgica, alivio de dolor físico y control de convulsiones. Estas drogas médicas (en contraste a las drogas psiquiátricas) no pretenden controlar el comportamiento y emociones, o el tratamiento de trastornos psiquiátricos. Sin embargo, incluso en estos casos, una precaución seria deberá ser ejercida cuando los niños son expuestos a químicos que afectan el cerebro y la mente.
Esta distinción entre drogas médicas y drogas psiquiátricas es similar a una que hice por primera vez a principios de los años 70’ cuando delimité la diferencia entre neurocirugía genuina para el tratamiento de trastornos físicos tales como las convulsiones y la psicocirugía o cirugía psiquiátrica para el control de emociones y comportamientos y el tratamiento de trastornos psiquiátricos (ver Breggin, 1973, 1975, 1977, 1981). Hacer esta distinción resultó muy útil en la elaboración de la legislación e informó la opinión judicial en el Kaimowitz v. Departamento de Salud Mental, un histórico caso de psicocirugía en la cual ofrecí estas distinciones durante mi testimonio (Breggin, 1975; Kaimowtiz, 1973). La decisión de Kaimowitz contribuyó al fin de la psicocirugía en los hospitales estatales de los EE.UU., el Veterans Administration [Administración de Veteranos] y el National Institute of Health (NIH) [Instituto Nacional de Salud].
Podemos, y en mi perspectiva deberíamos, aplicar estas distinciones respecto a la epidemia del uso de drogas psiquiátricas en los niños en América del Norte (propagándose a través del mundo) para reducir, y eventualmente finalizar, el uso de sustancias psicoactivas para controlar emociones y comportamientos en los niños. Las drogas podrían utilizarse efectiva y éticamente para tratar condiciones genuinamente médicas como la epilepsia, pero no debería ser usadas para controlar el comportamiento de los niños o cambiar sus personalidades y actitudes o bien para aumentar la conformidad. Los diagnósticos y las drogas psiquiátricas no han demostrado ser eficaces para ayudar a los niños y distraen de confrontar o localizar el origen del problema del niño y de encontrar mejores soluciones para el malestar que experimenta, incluyendo mejores enfoques familiares, sociales y educacionales. Es por estos motivos que he concluido que es el derecho de cada niño ser protegido de las drogas psiquiátricas.
Sin embargo, existe otro asunto complejo: “¿Qué sucede sí los padres desean otorgarle a sus hijos drogas psiquiátricas como los estimulantes o antipsicóticos?” Excepto cuando un progenitor resiste que el otro le otorgue drogas psiquiátricas a su hijo, no estoy al tanto de circunstancias en que un progenitor se resista en seguir las instrucciones de un recetador para medicar a un niño. He sido un experto en acciones legales del tribunal familiar en los EE.UU donde un progenitor ha resistido el deseo del otro progenitor para prescribir medicamentos psiquiátricos para su hijo. Aunque he sido un médico experto en casos que condujeron a jueces que apoyaban el retiro de drogas del niño, las cortes tienden a tomar una perspectiva convencional de la psiquiatría tomando el lado del padre o de los médicos que desean dar medicamentos (Breggin, 2008b). ¿Un progenitor, especialmente cuando es disputado por el otro progenitor, debería estar permitido dar legalmente drogas psiquiátricas prescritas a sus hijos? En EE.UU, la ley responde con un “si” rotundo. En los terrenos clínicos, morales y científicos, creo que es tiempo de reconsiderar esto.
Coppock (2002) señala que la sociedad, la psiquiatría y la medicina medicalizan actualmente los conflictos variados e inevitables que surgen entre los padres y los niños. En el proceso, la psiquiatría presta autoridad médica para la aplicación del control parental sobre los niños quienes se rebelan o fracasan en cumplir expectativas, incluso cuando el control es arbitrario o abusivo. Mientras muchos padres tienen buenas intenciones pero son engañados por la psiquiatría, otros padres ejercen este control abusivo y avalado medicamente sobre sus hijos. Coppock señala que la mayoría de los niños y jóvenes reciben diagnósticos psiquiátricos y tratamiento de drogas sin dar consentimiento y, de hecho, sin una participación activa en la decisión. Ella desafía el concepto que los adultos puedan y deberían realizar juicios sobre el “interés superior” de los niños. Advierte que esta perspectiva equivocada ha permitido el actual uso generalizado de drogas psiquiátricas.
Cuando la sociedad, psiquiatría y padres llegan a un consenso, como ha ocurrido hasta ahora, que está en el interés superior de los niños drogarlos psiquiátricamente a estados más sumisos y socialmente aceptables, no se puede depender de las salvaguardias legales habituales. En este caso, los juicios médicos, legales y parentales respecto al interés superior del niño ya no puede ser confiado. Del mismo modo que el abuso físico de los niños hacia la sumisión fue alguna vez aceptado ampliamente, el uso de drogas psiquiátricas de niños indisciplinados es ahora considerado la norma. Sin embargo, en ningún caso es científicamente, psicológicamente o moralmente correcto. Por estas razones, una prohibición sobre el uso de drogas psiquiátricas se convierte en una meta legítima, similar a las otras prohibiciones sobre el abuso infantil.
Estamos lejos de cambiar la actitud positiva actual hacia el uso de drogas en los niños y diagnosticándolos psiquiátricamente. A su vez, cualquier reducción significativa en el uso generalizado de drogas en los niños interrumpirá profundamente la autoridad, poder y ganancias del complejo psicofarmacológico de las compañías farmacéuticas y sociedades médicas hasta los investigadores individuales y los recetadores (Breggin, 1991, 2008a). En vez de buscar prematuramente una prohibición legal sobre las drogas psiquiátricas durante este tiempo, deberíamos ver esto como un ideal y una última meta mientras trabajamos hacia un futuro cuando la sociedad, incluyendo los profesionales médicos y padres, visualicen las drogas psiquiátricas como un abuso hacia los niños, y estén preparados a prohibirlo de la misma manera en que prohíben otras formas de abuso infantil. Esto debería convertirse en una meta para los defensores de los derechos de los niños como también para aquellos de nosotros en la profesión médica quienes se mantienen preocupados sobre el bienestar moral, psicológico y físico de los niños.
Mientras tanto, los padres deberían evitar que sus hijos consuman drogas psiquiátricas y, sí ya están con drogas, deberían buscar ayuda para descontinuarlos lo antes y seguramente posible (Breggin, 2013). Los médicos y otros recetadores deberían resistir la presión de dar a los niños medicamentos psiquiátricos y en vez, trabajar hacia su descontinuación lo antes y seguramente posible. Espero que la sociedad aprenda a ver el diagnostico psiquiátrico y el uso de drogas en los niños como un enorme y trágico error, y en vez, giren su atención hacia enfoques psicológicos, sociales, familiares y educacionales que cumplan las necesidades genuinas de los niños.
Traducción: Tatiana Castillo Parada
Para conocer el listado de referencias, revisar artículo original a continuación:
The rights of children and parents in regard to children receiving psychiatric diagnoses and drugs
Artículo original: Salud Mental y Comunidad
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