El próximo 7 de enero el Senado verá el Proyecto de Ley de Cultivo Seguro, el cual propone autorizar el autocultivo con fines medicinales. En esta columna, el médico con doctorado de la U. de Chile en farmacología y director del Centro de Alivio del Dolor, Ramiro Zepeda, defiende el uso medicinal indicado y conducido por profesionales competentes. Pocas cosas desatan el debate abierto y enconado como la discusión del uso medicinal del cannabis. Para algunos, hablar de cannabis y de sus propiedades medicinales es semejante a una santificación de la planta y sus derivados, habilitando el consumo desenfrenado y con la amenaza de que se convierta en una puerta de entrada a drogas duras para jóvenes, provocando adicciones en sus consumidores.

Otros hacen referencia a que la industria cannábica sobrevalora la utilización medicinal, negando estudios que avalen su uso, y que esta manipulación de la información de la Big Pharma se debe frenar. ¿Cómo no estar a favor en tan loables principios que levantan estas dos posturas? Los oposicionistas de la prohibición y los científicos oposicionistas, quienes al unísono nos interpelan con frases como “¿Quién quiere dañar a los jóvenes?” o “¿Quieren engañar a la población por un interés mercantil de las empresas?”. Claramente muy pocas personas podrían responder afirmativamente estas preguntas de forma pública.

Para los oposicionistas de la prohibición, su lógica parte y termina en prohibir todo, en negar la capacidad de decisión del individuo y la sociedad. Se sitúan en un altar intelectual y moral que les permite decidir sin apelación de nadie y gritar a los cuatro vientos lo nefasto de la cannabis y el diluvio social que se viene con aceptar que tenga algún efecto medicinal.

Por otro lado, y sentados en el mismo altar intelectual, se encuentran los científicos oposicionistas, quienes consideran que tienen la verdad, pero no la verdad moralmente revelada sino científicamente revelada. Creen a fe ciega en el positivismo científico y asumen sin crítica todos los principios científicos que la misma Big Pharma ha construido para autovalidar sus estudios. Habitualmente son lectores asiduos de revistas con artículos científicos de los cuales jamás han participado, por tanto la verdad para ellos se encuentra en estos mismos artículos, porque si no está escrito, no está probado y no goza del nobiliario título de “verdad” o de “lo correcto”.

No puedo estar más en desacuerdo con esta caricatura simplona y oligofrénica de ambos oposicionistas.

Sobre los riesgos de adicción al cannabis, podemos mencionar que en otros períodos de la historia de la humanidad ha existido más acceso al cannabis que en los últimos 50 años –en los que se instalan las políticas prohibicionistas– y la población ni siquiera ha estado cerca de una adicción masiva a la cannabis. Ha existido un fracaso generalizado del prohibicionismo como forma de frenar el consumo en población de riesgo. Los agentes más adictivos en la población se vinculan directamente con los sistemas neuronales GABAérgicos (alcohol, benzodiazepinas) y noradrenérgicos (cocaína, pasta base, anfetamina). Solo la incorporación de la sociedad civil y una educación abierta a la población han resultado efectivas frente al uso problemático del cannabis.

En lo que respecta al uso medicinal, existen registros de más de 4.000 años del uso del cannabis como un agente terapéutico, no tan solo desde el punto de vista farmacológico clásico, sino además desde el punto de vista sociológico-cultural en la facilitación de procesos vitales y curativos. Nadie puede negar el efecto analgésico que presentan los derivados de los cannabinoides en el dolor, ni su lugar en la epilepsia refractaria a nivel mundial. Desde luego se requiere investigar más sobre los efectos terapéuticos, el mecanismo de desarrollo de estos medicamentos o los compuestos más efectivos. Sin embargo, lo anterior no niega la posibilidad terapéutica cuando personas que usan cannabis perciben desde su subjetividad mejoras y alivios en sus dolencias. Y es precisamente desde una visión subjetiva que los científicos oposicionistas son incapaces de entender la salud como un constructo social, ya que se basan en el positivismo científico.

Por último, para los que prescribimos derivados del cannabis y sus extractos, consideramos que es un derecho del individuo en situación de enfermedad que el uso medicinal debe ser indicado y conducido por profesionales competentes. Personalmente no me siento con la capacidad moral e intelectual de considerar irrelevante, cómico, infantil y/o censurar a que un individuo en cuidados paliativos, que en busca de una mejor salud y calidad de vida, relate su experiencia satisfactoria con cannabis medicinal.

La columna fue publicada en Base Pública