TESTIMONIOS

Verónica y su hijo Joaquín
Cuando a principios de octubre del 2014 me dijeron que mi hijo Joaquín (de entonces 11 años) tenía un tumor en su cerebro que ya medía 6 cm, al igual que al resto de los padres en mi situación, mi mundo se vino abajo. El tumor se encuentra alojado en su nervio óptico y tanto una operación como practicarle radioterapia implicaba dejarlo ciego. Por lo que nuestro único camino en la medicina alópata era la quimioterapia.
Tengo una gran espiritualidad, mucha fe en el creador, un pequeño camino recorrido en ese sentido y las personas que me rodeaban no podían entender mi decisión de someter a mi hijo a un tratamiento tan invasivo que sin saber nada de él, nos parecía tortuoso. ¿Porque no lo intentas con la medicina alternativa antes me decían? Pero mi reflexión fue que si la afectada hubiera sido yo, no habría dudado un segundo en seguir ese otro camino, pero le estaba pasando a mi único hijo, él no podía elegir y yo no podía correr ese riesgo. Más que mal el Oncólogo me había explicado que los niños por lo general soportan muy bien el proceso y que hoy la palabra “cáncer” no es sinónimo de muerte, que si bien en los años sesenta era una de las principales causas de muerte en el mundo, hoy en día esto ya no era así gracias a la quimioterapia.
Comenzamos entonces este largo camino, las quimioterapias se rigen por protocolos internacionales que se van aplicando para cada caso en particular, el nuestro duraría 2 años con ciclos y básicamente una quimioterapia semanal.
Sin embargo al llegar recién a la segunda quimioterapia comenzamos los problemas. Posterior a ella mi hijo no paraba de vomitar, lo cual es uno de los efectos normales de las drogas que le están aplicando, pero eran normales un par de días después de su quimio, pero él no dejaba nunca de vomitar. Comenzaron sus dolores de huesos, lo que se acrecentaban en las noches y no lo dejaban dormir. A lo anterior se sumaba un estreñimiento crónico, que lo tuvo 15 días sin poder ir al baño. En el hospital le hacían lavados y eso no servía. Probé con todos los laxantes naturales y remedios que me recomendaban entre mis amigas y los doctores, pero nada de eso servía. Al tomar una radiografía en su estómago, su intestino encontraba lleno de fecalomas duros. Los dolores de estómago también venían por las noches. Por lo que yo pasaba toda la noche a su lado, sobando su estómago y masajeando sus músculos, sufriendo junto a él. El resto del tiempo lo pasaba en el computador leyendo y leyendo en internet métodos y remedios complementarios para aliviar su dolor. Porque ver a tu hijo sufrir de esa forma y no encontrar una manera de poder ayudarlo, es un dolor tan grande que las palabras se me hacen pequeñas para poder describirlo, solo veía este sufrimiento en mis brazos los que estallaron en una soriasis nerviosa producto de toda esta angustia.
Al llegar a la tercera semana mi hijo estaba muy mal, no había comido casi nada durante esas semanas ya que el solo mencionarle algún alimento le producía ganas de vomitar, seguía con sus dolores de huesos y sin poder ir al baño. La oncóloga decidió no someterlo a quimioterapia esa semana, dejarlo descansar y ver si para la próxima se recuperaba un poco. Me comentó que tanta toxicidad con tan pocas dosis no era normal, en mi interior yo pensaba “Dios mío si seguimos así no podrá seguir el tratamiento y no habrá más camino que la operación y que quede ciego”. Junto con eso me dio un sinfín de medicamentos para ayudarlo a apalear su sufrimiento, mientras yo pensaba “no puedo comenzar a darle a mi hijo esta cantidad de medicamentos cuando recién estamos comenzando el tratamiento, todavía nos quedan dos años por delante y si ahora necesita todos estos medicamentos, irán en aumento cada vez más. Me había marcado mucho el testimonio de una mamá del hospital que tiene a su hija en un tratamiento similar al del mío. Ella me contó que de tantos remedios que su hija consumía, ya no podía dormir quejándose por el dolor que le producía la inflamación de su hígado. Eso era como un fantasma que me perseguía, incluso en una de mis oraciones llegue a pedirle a Dios que si mi hijo se tenía que quedar conmigo a ese costo, con esa calidad de vida, yo le suplicaba que se lo llevara con él. Prefería yo quedarme sufriendo el resto de mi vida por perder a mi único hijo pero no verlo a él seguir en esas condiciones, a ese costo.
Fue en ese momento que en mi buscar y buscar desesperado comencé a leer sobre el aceite de cannabis. Al principio no me pareció una alternativa, leí todo lo que encontré en internet respecto al aceite, sus pros y contras. Al leer sus contras, principalmente que en niños produce retraso cognitivo, pensé en desechar la idea, pero ahí me sirvió conversar con personas cercanas, una de ellas me dijo “Yo consumo cannabis habitualmente desde los 14 años, soy profesional de la Universidad Católica y te podría dar decenas de ejemplos de amigos profesionales que están en mi misma situación”. En ese momento miré a mi alrededor y me di cuenta que yo también tenía decenas de amigos profesionales que eran consumidores habituales de cannabis. En lo personal mi experiencia había sido consumir cannabis un par de veces en mi adolescencia como la mayoría de las personas, pero nunca me gustó ni me gustará, la sensación que producía el sentirse “volado”.
Coincidió justo con que ese fin de semana se realizaba la Expoweed, en Santiago y venían eminencias de todo el mundo a exponer sobre su uso terapéutico. Concurrí con una de mis mejores amigas a la charla, una amiga que toda su vida había sido consumidora recreacional, quien se reía de mí porque no podía creer todo lo que yo sabía en ese minuto respecto a la planta. Recuerdo que me decía “Ni yo que he consumido toda mi vida se tanto como tú. Jamás hubiera imaginado que estaría contigo en un lugar así”. Una de las cosas que me marcó en ese minuto fue hablar con las personas de la Fundación Daya, las que tenían un stand ahí y donde había una consigna que decía “El dolor no puede esperar”. Y claro que no puede esperar, ver a un ser humano sufriendo necesita ser solucionarlo de inmediato y en ese momento me di cuenta que valía la pena intentarlo.
Ahí comenzó otro largo camino, porque debido a los impedimentos legales que existen hasta el día de hoy no era llegar y conseguirlo. Me contacté con toda mi red de amigos pidiendo ayuda para acceder a él, hasta que resultó. Fue un jueves en la noche, lo recuerdo perfecto. Me junte con este ser de luz que Dios puso en mi camino, me refiero así a él ya que nunca intentó lucrar con nuestro sufrimiento y al entregarme ese frasquito, lleno de temor de estar haciendo algo ilegal y las consecuencias que ello implica, lo hizo por su amor al prójimo y saber que había un ser humano sufriendo.
Al llegar junto a mi hijo esa noche lo miré y su carita había cambiado tanto, la tenía desfigurada de tanto dolor. Le di unas gotitas en la noche, orando para que lo ayudaran. Y desde ese mismo minuto ya noté un cambio porque por primera vez en semanas él durmió varias horas seguidas. Al otro día despertó con otra cara, pidió algo para comer, sus dolores cesaron y ese mismo días fue al baño 5 veces. Agradecí mil veces a Dios haber puesto a las personas correctas en mi camino.
Desde que comenzó a tomar el aceite como un remedio complementario a su quimioterapia, mi hijo no ha tenido que volver a suspender sus quimio y no toma regularmente ningún otro remedio para apalear los efectos de éstas que no sea el aceite de cannabis. Hoy puede hacer su vida casi normal gracias a ello, incluso se reintegró al colegio donde asiste regularmente a excepción del día en que va al hospital. Durante el tiempo que él estuvo mal bajó un total de 15 kilos, lo que fue demasiado considerando el peso de un niño. Hoy se alimenta regularmente y ha recuperado su peso. Tengo claro que si Joaquín no tuviera su aceite, ello no sería posible.
Debido a esto comencé con mi auto cultivo, ya que importante saber que lo que le estoy administrando a mi hijo y yo misma preparar su medicina. Sin embargo, no puedo evitar sentirme con una delincuente. Ni siquiera soy capaz de pasarme una luz roja de un semáforo a las 3 de la mañana y me aterra la idea que un día la policía llegue a mi casa y se lleve su medicina. ¿Qué haría si ello pasara? Mi única opción sería recurrir al narcotráfico con el costo exorbitante que ello implica. Lo anterior se suma a que soy egresada de derecho, que solo me queda dar mi examen de grado para poder titularme, lo que no sería nunca posible si ello ocurriera, ya que uno de los requisitos para ser abogado en Chile es no haber sido condenado ni estar actualmente acusado por crimen o simple delito que merezca pena aflictiva.
Ver a mi hijo bien y feliz no tiene precio, pero haber estudiado mi carrera implicó un montón de sacrificio y siento que es injusto tener que sentirme así, vivir con este miedo, sentirme una delincuente, cuando no estoy haciendo algo malo. Al orar le pido a Dios que abra la mente de las personas, de nuestros legisladores, que muy pronto todas las madres que se encuentran en mi situación podamos dormir tranquilas y que así tan sagrada medicina pueda llegar a aliviar el dolor de tantas personas que lo necesitan.
Santiago, abril del 2015.
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