Si bien a nivel mundial la mayoría de las políticas públicas se han concentrado durante largos años en impulsar estrategias que mejoren la calidad de vida- muchas de ellas exitosas, otras no tanto-, podemos ver que en este andar se ha postergado hablar de la muerte, aún sabiendo que se trata del hecho más concreto desde que se inicia nuestro ciclo vital. Sabemos que sucederá, no sabemos exactamente cuándo ni cómo, sin embargo los/as seres humanos vivimos como si fuésemos inmortales. Incluso desde esta sensación de perpetuidad vital, se desprenden teorías que apuntan al desapego de la importancia del autocuidado, generando fracasos en promoción, prevención y adherencia a tratamientos.
Actualmente existe una brecha importante de discusiones en el tema, tanto en los espacios de vida diaria, a un nivel más cotidiano, como a nivel más específico en aquellos que son espacios de discusión técnica. La muerte se ha convertido en un tema tabú, prohibido en las mesas y encuentros sociales, además de controversial y poco discutido tanto en la formación como en el ejercicio de trabajadores/as de la salud, y casi ausente en la agenda de gestión sanitaria.
La relevancia de poner el tema en la palestra se hace cada vez más evidente, sin embargo, de manera paradójica vemos como el aumento en la esperanza de vida -consecuencia de los avances de las políticas en salud pública y la modernización en tecnologías sanitarias- nos alejan de la conciencia de la mortalidad como un evento real y tangible, y postergan la inmensa necesidad de una discusión abierta acerca de un buen morir, conociendo a priori que el evidente envejecimiento de la población, también vuelve a las personas más propensas a enfermedades crónicas y procesos más prolongados de deterioro.
Es importante mencionar, que la etapa avanzada de enfermedades o la complicación aguda de un proceso que aumenta el riesgo vital genera distintos fenómenos, tanto biopsicosociales como económicos. A modo de ejemplo, la evidencia internacional sustenta que parte importante del gasto en salud en que incurre un individuo se concentra en sus últimos años de vida, concepto que se conoce como “costos cercanos con la muerte”, y si tomamos en cuenta la situación de estrés que significa enfrentar el momento de la muerte, estos costos no son sólo económicos, sino que implican un ambiente de dolor emocional, sensación de desesperanza y miedo tanto a nivel de la persona afectada como en su entorno más cercano. Es un momento difícil que implica toma de decisiones y enfrentamiento de realidades no contempladas previamente.
Es por esto que se requiere con urgencia una nueva mirada al curso de vida que implique un enfoque de derechos y de salud en todas las políticas para abordar este gran tema. Desde el desconocimiento surgen muchas interrogantes: ¿Cuáles son los derechos que nos amparan en la toma de decisiones? ¿Cuál es el límite de nuestra autonomía en los procesos? ¿Qué consideramos como buen morir? ¿Cuáles son las herramientas que necesitamos para abordar el momento próximo a la muerte? ¿Cuál es el rol que esperamos tenga el Estado?
Si miramos la situación actual en nuestro país, la Ley 20.584 de Derechos y Deberes constituye un avance, pero que aborda la temática de los procesos sanitarios y la muerte de manera demasiado amplia, lo que vuelve insuficiente la profundidad que requiere esta temática. Esa profundidad debe ser propiciada a modo de discusión ciudadana con real urgencia.
Sin duda, es un tema en deuda, que requiere tener prioridad en las políticas sanitarias, de forma participativa y vinculante. Esto permitiría poner a la autonomía como eje principal de la salud, entendiendo ésta última como un estado dinámico de bienestar y equilibrio que se construye de forma individual y comunitaria. Un concepto mucho más amplio que la mera ausencia de enfermedad.
No posterguemos lo impostergable, es ahora el momento de la discusión y de poner el derecho a un buen morir en el lugar que le ha sido vetado durante largos años. Por l@s cuidadores y cuidadoras, por las familias, por todas las personas. Por el derecho a discutir, ser acompañad@s y decidir acerca de nuestra vida y también de nuestra muerte.
Columna escrita por María José Díaz Nova, Médica Salubrista
Frente de Salud Movimiento Autonomista
Equipo de Salud Beatriz Sánchez
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